martes, 22 de septiembre de 2015

Mi luz. Mi rebeldía. Mi fuerza. Mi yo.

Y me encontré, y era grande, enorme, brillante. No tenía los ojos vacíos, ni esa sonrisa fingida, más bien era una sonrisa corta, pícara, rebelde, la sonrisa de quien sabe lo que quiere; y tenía el pelo despeinado, hecho mierda, reflejando las locuras del pasado, e iba mojada, de todos esos charcos, de acostarse en la carretera mientras llovía. Y los ojos, buah, esos ojos, ojos fuertes, de mirada testaruda y valiente, descarada, rebelde. Y ahí estaba, con la ropa pegada al cuerpo, mojada de locura, de locura de la buena, de la que te ríes sin saber porqué y sin ni si quiera preguntarlo. Y me sonrió, con una ironía que casi dolía, curvando sus labios rojos oscuros, para, acto seguido, darme el puñetazo de mi vida, en la cara, golpe seco, demoledor, para que se me fueran las tonterías; y entonces recordé quién era, y vi de nuevo mi luz, y ella era yo, y me levanté, porque mi sitio no es el fondo, nunca lo fue.
Y ahora, mojada de locura, con los ojos fuertes y la sonrisa torcida, ven, ahora puedo contigo. Sé quién soy, Buitre.

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