viernes, 7 de octubre de 2011

Paranoia B, parte 2.

Habían pasado trece años desde el nacimiento de Khora, y contrariando las suposiciones del pueblo, creció completamente sana. Khora seguía sin poseer los rasgos el pueblo, su pelo había crecido hasta la cintura (las demás chicas consideraban el pelo largo como un signo de fealdad, por lo que era la única joven que poseía el pelo largo) con un color castaño claro, rojizo al sol, que el pueblo consideraba enfermizo. Su mirada se había mantenido tan clara como el primer día que abrió sus ojos al mundo, su piel ahora estaba algo más bronceada por el efecto del sol, pero aún permanecía muy lejos del color que el pueblo consideraba natural. Como todas las chicas, Khora había asistido a clases teóricas sobre la supervivencia, la caza y lo más importante para el pueblo, la guerra, la lucha cuerpo a cuerpo. Eran tres años de clases teóricas, uno para cada sección hasta que cumplían trece años y pasaban a las prácticas durante dos años, uno basado en el cuerpo a cuerpo y otro en la caza.
Hoy era el primer día práctico cuerpo a cuerpo de Khora y todas las chicas del pueblo que tenían su edad.
Se había levantado tarde, pero eso no era nada nuevo. Bajó corriendo la trampilla que separaba su habitación del resto de la casa, Su padre había hecho una habitación más para ella, pero Khora prefería la intimidad del desván, no era muy grande, pero cabía a la perfección la cama que su padre había hecho y un baúl bastante grande donde guardaba su escasa ropa y alguna que otra pertenencia.
-Llegas tarde y aún tienes que ponerte la ropa- dijo la voz de su padre, Kalon, tras ella.
Khora no se inmutó.
-Está en mi taller, hace media hora que le he dado el toque a las piezas de madera.
Khora, sin mediar palabra, se dirigió al pequeño taller que poseía su padre a pocos metros de la cabaña, situado al principio de la entrada del jardín, era el carpintero del pueblo, por lo que ese era su taller la gente venía ahí si quería un mueble nuevo o un arreglo a su cabaña.
No tuvo que buscar demasiado, halló la armadura de primeriza justo detrás de la puerta principal, no tardó en sustituir su ajado camisón por la ligera armadura. Se observó en el espejo.
La ropa se ajustaba al cuerpo, tal y como requería la maestra de lucha, un corsé de cuero marrón, le cubría el pecho una pieza de madera a modo de adorno decorando el corsé, cosa que también servía de protección a golpes que podían doler mucho, el cuero del abdomen y espalda era especialmente grueso. En los brazos poseía un brazalete de madera que cubría todo su antebrazo, y otro un poco más corto que le cubría el brazo, dejando el codo y hombros expuestos para una mayor libertad de movimiento, Un cinturón de cuero negro con algunos adornos también de madera lijados a conciencia se ceñía a sus caderas. Una falda de cuero de tan sólo un palmo de larga se extendía bajo él, ocultando unos pantalones cortos, también del mismo material, a modo de engaño. Unas botas, también de cuero, se extendían más allá de la rodilla a un palmo de la ingle, dejando al descubierto sólo unos cinco centímetros de la piel de su muslo. Le costaba flexionar la rodilla por la dureza del cuero, pero con las prácticas, se iría haciendo más flexible.
Se recogió el pelo en una cola alta con un lazo de unos de los retales de cuero sobrantes en la mesa. Su padre había empleado mucho tiempo para confeccionar aquella armadura artesanal.
<<Gracias>>- pensó para sí.
Salió corriendo del taller, no había desayunado, pero no importaba.
Se detuvo ante una de las casa del centro del pueblo y llamó. Tras unos instantes apareció una chica de su edad de pelo por los hombros, negro como todos y los ojos oscuros característicos del pueblo, su piel era sólo un poco más oscura que la de Khora, algo raro de ver.
-Llegas tarde- su mirada era inquisitiva, pero también era obvio que se había levantado tarde, por su voz ronca por el sueño y su armadura mal colocada.
-Apuesto mi vida a que no estabas despierta hace cinco minutos, así que no hables, Syra- la miró con una sonrisa.
Syra era básicamente la única amiga que tenía. Khora anudó una de las cuerdas del corsé que malamente se había colocado Syra y observó su figura mientras lo hacía. Su armadura no era muy diferente a la de Khora, sólo que los adornos eran de metal y no de madera.
Su amiga lucía diferente a como siempre iba, la armadura la hacía más estilizada y resaltaba a la perfección sus encantos.
-Si hasta pareces femenina- se burló Khora, pues sabía que Syra no disfrutaba vistiéndose así por muy bien que le quedara.
La miró una vez más imitando a uno de los adolescentes babosos del pueblo.
-No me hace falta vestir como una chica, para se note que lo soy- dijo finalmente Syra tras unos momentos, mirándola inquisitiva.
-Ese tajo ha dolido- Khora la miró con cara de pena, pero obviamente no podía ocultar la más amplia de las sonrisas.
Había pasado tres meses exageradamente largos sin saber nada de ella, puesto que viajó con su madre a un pueblo cercano y a ella no le permitían salir de la comarca.
-Te he echado de menos, estúpida.
Syra sonrió.
-Y yo a ti.
Khora se abalanzó y le dio un fuerte abrazo, pero pronto se apartó, las muestras de aprecio en aquel pueblo públicamente no estaban muy bien vistas.
Juntas emprendieron el camino a su primer día práctico, al norte del pueblo.

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